Memoria indispensable .
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Un carácter bondadoso.
Ananda, que sirvió a Sakyamuni como asistente personal durante los últimos 25 años de su vida, escuchó más enseñanzas que cualquier otro discípulo y ejerció una concentración extraordinaria para memorizarlas. Esta es la razón por la que era conocido como “Preeminente para escuchar las Enseñanzas”. Su poderosa memoria jugó un papel importante en su recopilación durante el primer concilio celebrado después de la muerte de Sakyamuni.
Miembro de la tribu Sakya, Ananda fue primo de Sakyamuni. A pesar de haber sido elegido como asistente del Buda, no esperó ningún trato especial. Sakyamuni confiaba plenamente en él por el fervor con el que escuchaba las enseñanzas.
Hombre muy bondadoso, animó con entusiasmo a Sakyamuni a ayudar a los desafortunados, tal como revela la siguiente historia.
Un día, mientras paseaba, escuchó los sonidos llenos de dolor de niños llorando. Entrando en su casa con la esperanza de consolarles, preguntó qué estaba sucediendo. Los niños contestaron: “¿Qué haremos ahora mi hermano y yo? Desde la muerte de nuestra madre hemos trabajado con nuestro padre para intentar salir adelante. Pero nuestro padre ha muerto también. Decidimos convertirnos en monjes como única forma de mantenernos con vida. Cuando los discípulos del Buda pasaron por aquí les pedimos que nos dejaran unirnos a su grupo, pero nos rechazaron porque todavía no tenemos 15 años.”
Su situación apenó tan profundamente a Ananda que rogó a Sakyamuni que permitiera a los dos chicos entrar en la vida religiosa. Fuertemente afectado por la compasión de Ananda, Sakyamuni dijo tranquilamente: “Esos dos chicos pueden ahuyentar los pájaros que invaden los campos y huertos. Podemos admitirlos en la vida religiosa como cazadores maduros de pájaros aunque todavía no tengan 15 años.” Fue así como la solicitud de Ananda salvó a los chicos del infortunio.
Ordenación de mujeres.
De hecho, la inmensa preocupación de Ananda por los demás cambió las normas de la Orden budista. Después de que sus hijos hubieran abandonado la vida secular y el rey de la tribu Sakya hubiera muerto, Mahaprajapati, la madre adoptiva de Sakyamuni, estaba tan profundamente apenada que también ella consideró adoptar la vida religiosa. Pero en la sociedad de aquellos tiempos, dominada por hombres, las mujeres debían quedarse en casa cuidando de sus familias. Algunas personas de la Orden estaban preocupadas porque la presencia de mujeres sería un obstáculo seductor para los monjes que se esforzaban por liberarse de la ilusión. De modo que la Orden budista original sólo incluía hombres, e incluso la madre adoptiva de Sakyamuni fue excluida.
Mahaprjapati y algunas mujeres más de la tribu Shakya que querían convertirse en monjas, se cortaron el pelo para indicar su formalidad. Luego, descalzas, con un cuenco para mendigar en la mano, llamaron a Sakyamuni. Ananda las saludó y rogó a Sakyamuni en su nombre: “Las enseñanzas budistas están abiertas tanto a hombres como a mujeres. ¿Por qué se debería prohibir a las mujeres que se unieran a la Orden?” Cuando Sakyamuni permaneció en silencio, Ananda prosiguió: “Si mantienen las enseñanzas del Buda, se atienen a las normas de la Orden, y son diligentes en la disciplina, no pueden también las mujeres alcanzar la iluminación? Por favor, piensa en ello como una gratificación a tu propia madre y abre la vía a la ordenación de estas devotas mujeres.”
Satisfecho por el entusiasmo de Ananda, Sakyamuni permitió a las mujeres que entraran en la vida religiosa con la condición de que se atuvieran a ciertas reglas especiales. Y así fue como tuvo lugar la primera orden mundial de monjas.
Finalmente la Iluminación.
Para Ananda, quien le había servido constantemente, escuchado sus sermones, y seguido sus enseñanzas, la cercana muerte de Sakyamuni tuvo que ser devastadora. A pesar del frecuente contacto con las enseñanzas, Ananda todavía no había alcanzado la iluminación y probablemente sentía que el fallecimiento de Sakyamuni le cerraría para siempre la puerta a la iluminación. Preocupado por el estado mental de Ananda, desde su lecho de muerte, Sakyamuni dijo: “Ananda, todos los seres vivientes deben llegar a su fin. No sufras cuando me haya ido. Toma mis enseñanzas y reglas como tu mentor y entrénate con diligencia.”
Aunque estas palabras animaron a Ananda, la pérdida de su reverenciado maestro le causaba tal dolor que no pudo aguantar las lágrimas.
Poco después de la muerte de Sakyamuni, la Orden empezó a prepararse para el primer concilio, que recopilaría los sermones y los dichos del Buda para su rápida transmisión al mundo. Ananda fue elegido para llevar a cabo la parte más importante de la recopilación puesto que había sido el asistente personal de Sakyamuni. Algunos de los venerables ancianos no estuvieron de acuerdo con esta decisión porque Ananda todavía no había alcanzado la iluminación.
La noche previa al concilio, cargado de responsabilidad y completamente consciente de que había confiado demasiado en Sakyamuni, Ananda se dedicó a la disciplina concentrada. Luego, mientras estaba yendo a la cama, el instante antes de que su cabeza tocara la almohada, experimentó la plena iluminación.
Lleno de gozo, manifestó plenamente sus extraordinarios poderes de memoria recitando las enseñanzas de Sakyamuni para la recopilación histórica.
Pacificador hasta el final.
Se dice que Ananda vivió hasta los 120 años. Una historia muestra lo considerado y amable que fue siempre.
Sintiendo que su muerte estaba cerca, Ananda se preocupó sobre un posible conflicto entre los reinos de Magadha y Vaishali. Tenía muchos seguidores en ambos países y temía que, después de su muerte, surgirían disputas entre ellos por sus reliquias. El Ganges formaba el vínculo entre los reinos. Ananda tomó un barco hasta el centro del río y, entrando en un estado de disciplina haciendo posible la emisión espontánea de fuego de su propio cuerpo, se auto-incineró. Entonces, sus seguidores en Magadha y Vaishali repartieron equitativamente sus reliquias.
Al final de todo, se esforzó al máximo en nombre de la paz. Junto con su gran logro en el primer concilio, sus actos profundamente compasivos forman una parte perdurable de la historia del budismo.